Mujer
del Caribe; alejada de la Tierra
11/12/2012
En estos días mientras le
hacía unos comentarios a una querida amiga sobre unas fotos tomadas durante su
aventura de “rappelling” , en un pueblo cercano al nuestro, leía tambien los de
ella. Recordaba de cómo abuela me decía una y otra vez: “Las nenas no pueden
trepar palos.” Mi amiga tambien me comentaba que aunque es muy femenina, le
agrada ese contacto con la naturaleza. Mi mente me hizo recordar cómo yo
continuaba trepando árboles para que abuela comprendiera que las nenas sí
teníamos la habilidad. Por supuesto, siempre me metía en un lío por no entender
que abuela se refería a los paradigmas machistas de la sociedad en que
vivíamos. (Volvemos a comprobar que yo siempre he sido un guineo de otro
racimo!)
Reflexioné y entendí que la
raíz de esa mentalidad iba más allá de los tiempos de mi abuela. Entendí que a
la mujer caribeña se le había privado /prohibido de las costumbres y prácticas
ancestrales Taínas. Me explico. Dentro de la espiritualidad Taína, a la
manifestación creadora en el plano físico se le conoce como Atabey, madre de la
Tierra y el Mar. Esta manifestación es femenina. Por ende, en la cultura Taína
al igual que en muchas otras culturas indígenas, particularmente de la
Amazonía, la mujer es una figura importantísima, y en ella
se ve ese reflejo de Atabey, como una fuente portadora de vida. Por esa misma
conexión, era la mujer quien se encargaba de sembrar y de la agricultura en
general. Era un proceso completo, desde la bendición de las semillas, hasta el
importante simbolismo que conlleva el que fuera la mujer quien las sembrara,
figura terrenal conectada a la fertilidad y a Atabey.
Resalto que nuestras
ancestras fueron la fuerza creadora de vida en el Caribe, no se crea ni por un
instante que los barcos que llegaron despues de la invasión, vinieron cargados
de españolas para que procrearan junto a los europeos. Otra manera de alejar a
la mujer Taína de sus costumbres, fue alejándola de la tierra. La agricultura
se convirtió en trabajo de “hombres”. Para conformar con esas nuevas normas y
costumbres, podemos entender ahora por qué abuela me decía que “las nenas no
pueden trepar palos”, por qué no podía irme al cañaveral en los tiempos de
zafra y brindándome el sólo privilegio de acercarme a lo que tanto me
fascinaba, cuando se me otorgaba el llevarle a abuelo la friambrera con su
almuerzo y su termo de café.
Muchas mujeres de principio
del siglo XX, contaban con que sus hijos adolescentes asumieran las responsabilidades
agrícolas de su difunto padre. Tambien hubo otras muchas que se encontraron
solas y con hijos que mantener y con su coa, hazada y machete, regresaron a las
tierras a hacer lo que fuera para proveer el sustento en sus hogares. A través
de los años y las anécdotas sobre estas últimas, he podido notar que eran
vistas como mujeres fuertes, hasta siendo comparadas con hombres, tambien
convirtiéndose en retos o amenazas a los hombres del barrio. La mayoría, o se
quedaban solas y otras eran tomadas como amantes, pero tenían que seguir en su
lucha solas, recibiendo migajas de amor,
a veces más escasas que los mismos alimentos.
Esta desconección con
nuestra propia naturaleza se ha encargado de quitarle poder a la mujer en un
sistema patriarcal que es totalmente opuesto al que viene grabado en nuestra
memoria celular.
Vuelvo al presente y a mi
mente aflora la estampa de mi amiga escalando y la mía propia “trepando palos”.
El que estemos en un monte o una cueva es vernos como “mujeres atrevidas,
riesgosas”, mentalidad que sigue cargando el yugo del distanciamiento, porque
somos decididas, independientes y rompemos los moldes de lo establecido.
En el mundo de cemento en
que vivimos, y me refiero tanto a las estructuras como tambien al empañete
sobre nuestra verdadera esencia, veo como la gente puede observar la foto de un
paisaje de los hermosos lugares de nuestro planeta y donde la naturaleza aún no
ha sido violada, y el alma se les quiere salir añorando estar en ese lugar. Yo interpreto
esas sensaciones como una señal de que nuestra esencia sigue intacta y viva,
aún con el empañete pesado y grueso con el que cargamos.
La mujer de hoy tiene la
capacidad de liberarse de todos esos dogmas forzados y romper el empañete como
si apenas fuera arena la que nos cubre, cuando jugamos a la orilla del mar. La
mujer de hoy puede regresar a esa conexión directa, siendo tan fácil como
quitarse los zapatos y caminar por el patio o por un parque descalza. Esa
fuerza única que nos ata con la madre Atabey ha estado esperando en un estado
catatónico, pero alli, tan pura como hace más de 520 años atrás.
Despierta
mujer, la tierra te llama!
Tai
Pelli
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