Sunday, June 3, 2012

Se me olvidó ser Boricua! - Parte 1


Se me olvidó ser boricua
01/02/2011 (comenzado el 17 de dic. 2010)
Por: Migdalia Ma. Pellicier

Nací en Estados Unidos, hija de padres nacidos en Puerto Rico; mi padre criado en New York. Mi madre salió de la isla jovencita y se hizo adulta tambien en la ciudad de New York. Cuando llegué a la isla, aprendí a amarla a través de las historias de mi abuelo materno, los paseos con la Liga Atlética Policiaca y el Policía Justo Albino y mi ferviente pasión por la lectura y la historia.

De mis abuelos aprendí mucho respeto y valores en un ambiente donde había de todo. Mi abuelo aborrecía el egoísmo, era un estudioso de filosofía, metafísica, estudios kabalísticos y miembro de la Cátedra Magnético-Espiritual José Garibaldi. Mi abuela siempre nos recalcó la humanidad y el respeto hacia aquellos que “eran diferentes”, (se refería asi a las personas homosexuales, incapacitados, enfermos mentales, etc.).

Aunque los terrenos de abuelo quedaban en la carretera de Puerto Real del barrio Miradero en Cabo Rojo; estábamos en el mismo medio del trayecto entre “el pueblo” y Puerto Real. Abuela tenía una tienda y aquellos que iban o venían a pie del pueblo, particularmente aquellos con problemas mentales, solían entrar a nuestros terrenos, a la tienda, buscando a abuela. Ella siempre les ofrecía café, agua y/o comida. Al que quería recoger frutas para hacerse de unos centavitos para ayudarse con algo, se les daba permiso para ayudarles de esa forma. Recuerdo que cuando llegué a la isla, abuela me llevó al pueblo y alli me presentó una señora lisiada que solía sentarse a pedir limosna en los escalones de una de las sucursales bancarias del centro del pueblo. La señora se llamaba Eufemia. Abuela nos presentó y al irnos me aclaró que muchos jóvenes sin escrúpulos se burlaban de la señora, gritándole: “La Manca”. (Algo que presencié en muchísimas ocasiones.) Siempre que pasaba cerca de ella saludaba a Doña Eufemia y contemplaba sus ojos verdes hermosos y sus pómulos prominentes rosados. Aún despues de adulta, (tan pronto me gradué de escuela superior regresé a los Estados Unidos), cuando visitaba la isla, Doña Eufemia me reconocía como la nieta de Ofelia y me ofrecía pan. “Come, me lo acaban de dar y yo no lo he tocado.”

No vengo de una familia de perfección. Hubo de todo; con eso quiero decir, bueno y malo. Por muchos años temía regresar a la isla, porque no me imaginaba cómo sería una vida de adulta en la isla. Sin embargo la vida tiene su propia agenda. Las de nosotros los humanos, no sirven para nada y siempre la de la vida ejercerá más poder que la nuestra. Así que bajo las circunstancias más inesperadas, regresé a la isla; a esa isla que tanta nostalgia me provocaba.

Con retos de salud y todo, sentí como la isla me regresaba a la vida. Escuchar un “Buen provecho” en la cafetería o restaurante, me traía gratas memorias. “Que salgan pronto.” - en las oficinas de los médicos, me hacía pensar en todo ese calibre de respeto que recordaba de cuando era chica.

Ahora podía hacer lo que anhelaba, sin que se me dijera que no podía “porque esas cosas no eran de nenas”. Llegaba a la isla despues de casi tres décadas de ausencia. Con estudios y experiencia en varias materias y muchísimos años como ejecutiva en un mundo corporativo (donde los hombres eran la mayoría), donde el servicio al cliente era una de las claves del éxito y donde cuando se cometía un error o mis empleados lo hacían, daba la cara y corregía el problema a la satisfacción del cliente. Procedía de un ambiente y cultura donde se denuncian atropellos y no hay tolerancia para el abuso de autoridad, mal servicio, malas crianzas, etc..

Ah! Ahi comenzó mi problema en la isla!

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